He lavado
trece veces las sábanas.
Y las he puesto a secar, trece veces.
Mientras tanto yo me quedaba sentando. Esperando que se secaran. Para luego
volver a mojarlas.
Las tendí con cuidado. Esperando la brisa.
(Siempre espero y olvido la brisa)
Anoche lo vi tan claro.
Tu piel.
Tu maldita piel seguía impregnando los 4 kilómetros de mi cama.
Tenía que sacarla de ahí.
Exprimirla hasta que se fuera por el desagüe.
Mis sábanas ahora son mi mayor enemigo.
Me espían y abrazan.
Se meten por mi inconsciente y me engañan. Me aprisionan y hacen que no
distinga mi día de mi noche.
Ya no me protegen del frio.
Ahora siempre hace frío.
13 veces he querido que te fueras.
Cuando las he vuelto a colocar, pensando que el aroma a limpio mitigaría el
dolor, he descubierto lo que pasaba.
No.
No.
No eran las sábanas.
Ni mi cama.
Tu piel habita en la mía.
Y no sé cómo coño arrancármela sin que me duela.